29 de junio de 2012

La vida sin flechas

Hace dos semanas hice cinco etapas del Camino de Santiago, desde Sarria hasta Santiago de Compostela. Fue una experiencia maravillosa y enriquecedora, que recomiendo a todo el mundo y más en estos tiempos de crisis económica, sistémica y vital.

Porque mucha gente considera la experiencia del Camino como una metáfora de nuestra propia vida, un viaje para reflexionar y llegar a conclusiones que te ayuden a mejorar en tu día a día. Yo he de confesar que no tuve esa sensación de "revelación" porque me dí cuenta de que ya traía las tareas bastante hechas de casa. Pero sí me sirvió, precisamente, para interiorizarlas a través del cuerpo y de las emociones, que es un refuerzo imprescindible para los aprendizajes de la mente.

Estas son las principales ideas que reforcé, gracias también a un folleto que me pasaron de la casa La Fuente del Peregrino:  

La mochila: ¿Qué necesito realmente en mi vida? ¿Cuánto dinero, cuántos compromisos, cuántas hipotecas, cuántas personas, relaciones, responsabilidades, exigencias, "porsiacasos"...? Son cosas que te planteas cuando la mochila es algo físico, un peso tangible que te influye directamente en el ritmo, el cansancio, las agujetas, la espalda... Que incluso te puede impedir avanzar. Llevar solo lo justo y darte cuenta de que te vale y de que te hace caminar más ligero es una lección que relativiza la negrura del fin del hiper-consumo e hiper-generación de necesidades en los que estábamos inmersos. Conceptos como el decrecimiento, el consumo responsable o el consumo colaborativo cobran más fuerza y sentido cuando lo vives en el cuerpo, además de en el bolsillo y en la mente. Y dan libertad.

Así que no está de más hacerse preguntas tipo: ¿Estoy cargando cosas en mi vida que no necesito? ¿Cómo puedo diferenciar lo que es verdaderamente importante en la vida de lo que no lo es? ¿Qué debo sacar de mi mochila para no acabar hecho polvo?
 
El dolor: Es algo que está presente desde el primer momento. Antes de empeza a andar, adopta la forma del miedo: "¿Aguantaré? ¿Tendré ampollas y sufriré? ¿Tendré un esguince que me obligará a volver a casa antes"? Cuando miras en foros y páginas de Internet, todo son preocupaciones y consejos para evitarlo, super útiles pero que también te hacen dudar de si podrás y de si merece la pena hacerlo. Después llega el dolor "de verdad", el físico, el que te hace andar por las tardes como Robocop y acompañar cada movimiento de un sentido "ayyyy" cuando bajas de la litera del albergue. Pero en ese momento te das cuenta de que no tiene sentido tanto miedo. Que el dolor es parte del camino, que nadie se escapa de él y que solo tenemos que aceptarlo e integrarlo en nuestras vidas como un amigo que nos trae un mensaje. Hay que escucharle, darle un abrazo, adaptarnos a lo que nos pide y seguir nuestro camino. Y pensar que no solo tenemos pies y cuerpo, que se nos olvida que también tenemos alas y sueños para seguir, cuando los pies estén machacados... 

Y entonces nos podemos hacer una serie de preguntas: ¿Cómo aprendo a caminar con lo que me hiere en la vida? ¿Me estoy curando de eso o todavía lo arrastro? ¿Hay algo en mi propia forma de caminar que me hace daño? 

La soledad acompañada: Yo decidí hacer el Camino sola, porque me apetecía, porque era un reto para mí, porque no lo había hecho nunca. Y me encantó la experiencia y la recomiendo sin dudar. 

Pero en realidad... ¡¡qué poco tiempo estuve sola!! Porque te encuentras en seguida a gente majísima, con la que compartes experiencias e historias; te ríes y te hacen más llevadero el Camino; gente de todas las edades y de todas partes del mundo que te demuestran, una vez más, lo diferentes que somos y lo iguales; que amplían tu mirada sobre las oportunidades, motivaciones, formas de ser y de estar en la vida; y todas están bien; y todas son respetables y admirables. Y de todos aprendes...
Pero también era maravilloso poder decirles sin problema que me apetecía hacer la mitad de la jornada sola. Que me gustaba escuchar lo que el mundo y mi cuerpo tenían que decirme en soledad y con los cinco sentidos. Que el silencio es un regalo en este mundo ensordecedor; que los pájaros, el viento y las gotas de lluvia también me contaban historias.  Que tengo un mundo interior afónico al que quiero prestar atención, cuidar y poner guapo. 
 
Esto se resume en un sencillo concepto: el compañerismo. En un mundo tan competitivo y donde impera la mentalidad de la escasez, compartíamos una meta inagotable y que estaba allí para todos, independientemente de ser más jóvenes o más viejos, más atléticos o menos, más rápidos o más lentos... Y eso es una sensación privilegiada hoy en día. En ese entorno, la gente se saluda con alegría, se motiva mutuamente, se dice constantemente "¡¡Buen Camino!!", compartes tu agua, tu cansancio y tu energía... Y todos llegamos a la meta, antes o después... Y para todos es un éxito y una superación personal... Sentir que estamos todos en el mismo barco invita de manera natural a ayudar y a no tener vergüenza por pedir ayuda, te hace ver el mundo de otra manera y te da fuerza y motivación. Y eso te hace llegar más lejos, menos cansado y más alegre.

Las flechas: Aquí es a donde yo quería llegar. Porque esta ha sido mi gran conclusión: hacer el Camino de Santiago es fácil. ¡¡¡¡Es MUY  fácil!!!

Porque lo realmente difícil de todo camino ya está prefijado y resuelto: el destino y las flechas que te indican cómo llegar a él. No tiene ningún misterio saber cuál es tu meta y tener la tranquilidad de que, en cada bifurcación, por pequeña que sea, hay una o varias flechas indicándote la dirección correcta. Con este planteamiento, de lo único que te tienes que preocupar es de darte bien de vaselina en los pies, de regular el esfuerzo, de beber agua a menudo... Pero ¡¡¡no hay ansiedad, no hay preocupaciones, no hay dudas, no hay miedos sobre el éxito y el fracaso!!! Solo tienes que levantarte y caminar, un pie detrás del otro... ya está. Y a disfrutar del camino.
 
Así que esto es precisamente lo que rompe la comparación del Camino de Santiago con la vida: que nuestra vida no tiene flechas. Que la meta la tenemos que poner nosotros y las flechas a las que tenemos que hacer caso están en nuestro interior. Pero esto no nos lo había dicho nadie. 

La religión, la sociedad, los políticos, los economistas, la publicidad, las expectativas de nuestros padres, la presión de nuestros compañeros, los libros de historia y literatura, el cine, las canciones... El sistema nos lleva bombardeando desde que somos enanos con mensajes contradictorios y promesas incumplidas. Y, claro, la mayoría de los mortales nos dejamos llevar, asumiendo metas y flechas ajenas que solo nos dejan vacío y frutración... Qué complicado vivir sin flechas... Qué bonito darse cuenta de que sí existen, pero que es una decisión y una responsabilidad buscarlas y seguirlas... 
 
Y relativizar, sabiendo que la vida es un camino y que el caso es "Andar", como dice esta canción de Cecilia que me acompañó en mi cabeza varios días. Y aquí me reconcilio de nuevo con la metáfora y el espíritu peregrino. ¡¡Buen Camino!!

 

PD: Para temas no tan espirituales y sí más logísticos, recomiendo para la preparación la página web y la app para smartphones del Camino de Santiago de Consumer y San Decathlon, que es el verdadero patrón de los peregrinos, aunque muchos no lo sepan :)) Para el camino, terminar la etapa 29 del Camino Francés que sale de Palas de Rei en Ribadiso en vez de en Arzua, por su monérrimo albergue municipal al pie de un río y por el restaurante maravilloso de al lado... 

PD: Y otra canción que me encanta para terminar de buen rollo!!